Hostia viva
- Abel Serna

- 5 ago
- 2 Min. de lectura
Cuando nacemos se espera de nosotros una vida exitosa, feliz, cuantiosa. Nuestros pulmones se expanden para dar paso al aire, nuestro cerebro comienza a segregar sustancias vitales, la sangre fluye por nuestras venas más rápido, todo por un único motivo: vivir.
Estamos pensados para vivir, y procrear. Expandir nuestros horizontes, abrazar, amar. Sin embargo, es tan fácil que los planes se tuerzan, y se tuercen. En Teología se le llama pecado, en el mundo se le denomina trauma, daño colateral, dolor y pérdida, a todos aquellos sucesos que impiden nuestra felicidad, nuestro desarrollo vital y convierten la existencia en mera supervivencia.
Siempre se ha dicho popularmente que la vida no es un camino de rosas, y no lo es. Desde que nacemos experimentamos todos los efectos y consecuencias del desorden que hay en nuestros corazones. Eco de ello son las innumerables guerras, el racismo, toda la violencia que nos provocamos. Llámalo pecado, dolor estructural, nazismo, pero todos experimentamos el sufrimiento y la muerte por dentro.
Es aquí donde quiero parar, en la muerte. Porque la muerte no es solo la pérdida de algún ser querido. También es todo aquello que nos priva de una vida más colmada y agraciada. La muerte son los desenlaces, las caídas, las rupturas, los pensamientos que han quedado enquistados en el núcleo de la persona, y le siguen provocando dolor y sufrimiento. Todo lo que conforma el abanico de eventos que hicieron a la persona sentirse vulnerable y perdida en el mundo, dejando un rastro de dolor y angustia, y recalculando la dirección de su vuelo una y otra vez. Así nace lo que los expertos han denominado el pensamiento subyacente (sin ir más lejos, Freud), lo escondido y reprimido. El dolor reprimido, todos lo tenemos en alguna proporción, nadie está libre de pecado (el propio o el de otros).
Cristo sufrió por nuestros pecados, no por los suyos. El todo Dios es todo hombre, sufre el pecado como lo sufrimos nosotros. Así como muchas veces quisieras dejar el mundo atrás y arrancar de tu pecho lo que te aflige injustamente, así se sintió Cristo en el huerto de los olivos. La escena de Cristo martirizado es el mayor reflejo de esperanza para el sufriente, porque nos recuerda que todo hombre traído a la existencia puede o no caer en las manos de los pecadores, pero ello no quita que el sufrimiento, en su plano corpóreo, tenga un tiempo limitado, y que la Resurrección sea mayor, más alta y más clara.
Cristo es el eje que nos lleva a luchar por nuestras vidas con todos sus impedimentos, porque si Él luchó, nosotros luchamos. Si Él dio la cara, nosotros la damos. Si Él resucitó, nosotros resucitamos. Ser hostia viva. Éste es el culto racional (Romanos 12,1).
¿Cuánta cruz hay en tu vida? ¿Cuánta vida hay en tu cruz?
God bless you



Comentarios