Aquel que amó
- Abel Serna

- 17 may
- 2 Min. de lectura
Yo soy el eterno pecador. Yo soy el eterno infiel.
Tuve muchas oportunidades de mejorar, crecer y expandir mis horizontes. Y escogí las revueltas interiores y los conflictos con la gente. Mi pasado, mis experiencias, mi niñez fueron el refugio de innumerables problemas personales. Con el tiempo descubrí que no podía seguir invadiendo el espacio de los demás y no podía seguir violentando mi vida con los traumas del pasado. Con el tiempo yo mismo me prometí que tenía que cambiar. Pero qué difícil es cambiar cuando nada de lo que amas te corresponde, y nada de lo que te corresponde te ama.
Fui buscando en diversos lugares y experiencias el agua que saciara la sed de mi corazón. Entiendo a la gente que quiere cambiar y no puede, hacer el bien que quiere y no puede (Ro 7, 21). El corazón si no tiene algo a lo que aferrarse, se asfixia. Preferimos el dolor a una vida de incertidumbre. Pero sé que en lo profundo de mi corazón iba buscando un interruptor que encendiera la luz en la noche oscura. Y de esta forma me desvié como tantos otros y confundí la noche con el día, y mi luz se convirtió en oscuridad (Mt 6, 23-24). El pasado siempre deja una fractura y una factura. Me llevó una larga lista de caídas y humillaciones reconocerme hijo de Dios, y no solo hijo de mi pasado.
Yo soy el eterno pecador y el eterno infiel que encontró a Dios en una taberna borracho, vociferando, ¿Dónde estás si tanto me amas? El reprochador, el injusto que no ve el vaso medio lleno sino vacío y asmático.
¿Le darás la espalda hoy? O dirás “hágase tu voluntad”. En cualquier caso, la respuesta siempre será la misma: Él nos amó primero (Jn 4, 19).



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