Viviendo en Cuaresma
- Abel Serna

- 7 abr
- 2 Min. de lectura
La Cuaresma es un tiempo de vuelta al origen de nuestra existencia y nuestro peregrinar por este mundo. Por un lado, porque nuestro origen no está en este mundo, si no en las cosas del cielo. Es cierto que se puede estar disipado y dividido con los placeres y quehaceres del mundo, de hecho, lo más fácil es pasarse la vida en lo que gusta y distrae al cuerpo. Pero también se puede estar disipado y dividido con las cosas del espíritu, ya sea el ejercicio de las virtudes, el estudio, la contemplación... Incluso las cosas que elevan el espíritu humano, hechas sin medida y buscándose a uno mismo, solo llevan a la pérdida.
Pues bien, la Cuaresma es el tiempo en el que uno se pregunta quién es, y para qué está aquí. A esto solo se puede responder desde los medios que propone la Iglesia:
La oración, porque solo en el reflejo del Hacedor puede la creatura encontrar su razón de existir. Como la gota que encuentra refugio sólo en el océano tras la nube que la engendró.
La penitencia, que es la resistencia a lo que me gustaría tener, lo que quisiera conquistar, lo que debería hacer para ser más pleno. Resistir a todos los debería para ser mejor yo, en mí, conmigo mismo.
La caridad, esa lanza que vibra y brilla enmudeciendo al mismísimo Satanás. Las obras de caridad nos llevan al otro, y nos salvan de nuestro tirano interior. Son el acto en el que Dios mismo nos invita a ser dioses bajando a la condición de esclavos, en el silencio de una cruz marital por los abajados y silenciados de este mundo. La caridad no pasa nunca.
En esta dinámica, es posible señalar que la oración, la penitencia y la caridad son los medios para la salvación del cuerpo y el espíritu. Y llama la atención que salven al que lo practica, y al mismo tiempo sean medios para salvar a otros. Cuando quitas de tu camino interior lo que más te gusta y apega, realmente se lo estás dando a una persona que lo necesita más. Por esta razón, conscientes o inconscientes, la Cuaresma presenta los medios que nos llevan a comunicar a otros el amor de Dios. Es hacernos como Jesús, quien vivió afianzado en el Padre (oración), combatiendo lo males del mundo y de la carne (penitencia) y dándose a los demás sin esperar nada (caridad). La Cuaresma es conocer a Dios, y más aún, es hacerse semejantes a Dios. En la medida en la que crecemos en esta relación de amistad con Dios, nos respondemos a quiénes somos y para qué estamos aquí, casi por sorpresa. Y en este olvidarnos de nuestras vidas llegamos a estar más vivos que nunca.
La Cuaresma nos hace auténticos. Los medios que nos acercan a Dios y al prójimo nos llevan al sentido de nuestra existencia y nuestro peregrinar. Es unir nuestra cruz a la Cruz de Cristo. «Sed uno como el Padre y Yo somos uno» (Jn 17, 21-23).
Vivamos con intensidad este tiempo final, este camino que llega a su fin en la esperanza de la Resurrección.
Aprovecho esta entrada para compartir mi primer cover: "Quebrántame" del grupo Jésed.


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